Queridos amigos, y especialmente, queridos profesionales de la comunicación de
nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta:
“¡Ay de mí si no comunicara!” Así podría expresarse hoy aquel campeón de las
comunicaciones que fue San Pablo. Y es que tenía la mejor y más grande noticia que
contar: ¡Cristo ha resucitado! Es la noticia de la Pascua que estamos celebrando estos
días.
Hoy quiero dirigirme especialmente a vosotros, profesionales de la comunicación, y
felicitaros con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que toda
la Iglesia celebra este VII Domingo de Pascua. Desde mi llegada a nuestra Diócesis me
he sentido en consonancia con vosotros y creo que hemos “conectado” en el deseo de
comunicar lo más valioso que tenemos: el Amor de Dios por el mundo manifestado en
Cristo Jesús Muerto y Resucitado por nuestra Salvación.
La Iglesia existe justamente con este fin: comunicar la Buena Noticia. Por lo tanto, la
comunicación forma parte esencial no sólo del ser humano sino también del cristiano.
Vivimos en un tiempo en el que, paradójicamente, a la vez que se han desarrollado
múltiples y novedosas formas de comunicación muchas personas experimentan, sin
embargo, una gran soledad por la falta de relaciones auténticas.
El Santo Padre en su mensaje para este día ha querido resaltar la necesidad de dar
profundidad a nuestras relaciones. Sólo así es posible que nuestros diálogos sean
verdaderos encuentros entre personas que se comunican. Para ello es necesario salir del
estilo de vida superficial en el que nos hemos acomodado y empezar a vivir la vida a
fondo. ¿Pero cómo hacerlo? Cultivando el silencio. Parece contradictorio pero no lo es.
Lo que produce una buena comunicación no es la cantidad de palabras que se dicen, se
chatean o se twittean sino la calidad de ellas. El silencio forma parte esencial de la
comunicación pues sin él no hay verdadera escucha de uno mismo ni del otro. Pero debe
ser un silencio auténtico, un silencio que no sea simple espera sino acogida de la otra
persona que se nos está entregando en sus palabras. También ésta es una condición para
escuchar a Dios. Como María. Los cristianos, además, anunciamos una verdad insólita:
Dios hace silencio para escucharnos. Tan importantes somos para Él. Es un silencio que
a veces no entendemos. Sin embargo Nuestro Señor en la Cruz lo llenó de significado.
El silencio del Padre podría parecer abandono pero en realidad era acogida de la entrega
de su Hijo, por eso las palabras finales de Jesús serán un acto de confianza en las manos
que silenciosamente le cuidaban. A esta actitud de filial confianza y asombro la
llamamos contemplación. Como ya decía Aristóteles, sólo el corazón sabio y sencillo es
capaz de asombrarse y por tanto de acoger toda la hondura de las palabras de Dios que
resuenan en la belleza de la Creación y en las circunstancias de nuestra vida. Son
palabras de Amor que buscan un corazón capaz de escuchar.
Por otro lado, sólo un corazón contemplativo es capaz de escuchar los gritos silenciosos
de tantos que sin darnos cuenta están sufriendo cerca de nosotros. Nuestra tierra sabe
mucho esto, hay tantos en los que “la procesión va por dentro”. Nuestro Señor bien lo
conoce. Por eso de la escucha de Dios surge la misión. Dejándonos contagiar por sus
sentimientos hacia los hombres nos apasionamos por ellos.
Escuchando a Dios y a los hermanos comprendemos nuestra misión en la vida.
Tenemos una gran labor entre nuestras manos y una gran noticia que contar, todos los
medios para ello son pocos y por eso es necesario que los cristianos usemos las nuevas
redes sociales y plataformas digitales como un nuevo Areópago o Atrio de los gentiles
donde encontrarnos con hombres de todos las formas de pensar, siendo capaces de
escucharnos y llevándoles a escuchar juntos a la Palabra Eterna que ha decidido
quedarse entre nosotros para llenarnos de vida, y vida eterna ¿Hay una noticia mejor
que podamos comunicar?
Feliz pascua amigos
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