Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Santo Padre Benedicto XVI ha recibido en audiencia, la mañana del viernes 11 de mayo a los Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias (OMP) con motivo de la Asamblea anual del Consejo Superior, celebrada en Roma. A continuación publicamos el texto completo del discurso del Santo Padre.
"¡Señor Cardenal, venerados hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas! Dirijo un cordial saludo a todos, iniciando por el Señor Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, al que agradezco de corazón sus palabras y la información sobre la actividad de las Obras Misionales Pontificias. Extiendo mi saludo al Secretario Mons. Savio Hon Tai-Fai, al Vicesecretario Mons. Piergiuseppe Vacchelli, Presidente de las Obras Misionales Pontificias, a los Directores Nacionales y a todos los colaboradores, como a todos aquellos que prestan servicio en el Dicasterio. Mi pensamiento y el todos ustedes en este momento se dirige al Padre Massimo Cenci, Vicesecretario, fallecido improvisamente. Que el Señor lo premie por todo el trabajo que ha realizado en la misión y al servicio de la Santa Sede.
El encuentro de hoy se realiza en el contexto de la Asamblea anual del Consejo Superior de las Obras Misioneras Pontificias, a quien está confiada la cooperación misionera de todas las iglesias del mundo.
La evangelización, que tiene siempre un carácter de urgencia, en estos momentos impulsa a la Iglesia a recorrer, con paso todavía más rápido, los caminos del mundo, para que todos los seres humanos conozcan a Cristo. Sólo en la Verdad, que es Cristo, la humanidad puede descubrir el significado de la existencia, encontrar la salvación y crecer en la justicia y la paz. Cada hombre y cada pueblo tienen el derecho de recibir el evangelio de la verdad. En esta perspectiva asume un particular significado su empeño para celebrar el Año de la Fe, a esta altura ya cercano; para reforzar el empeño de difusión del reino de Dios y del conocimiento de la fe cristiana. Esto exige de parte de quienes ya encontraron a Jesucristo «una auténtica y renovada conversión al Señor, el único salvador del mundo». (Carta ap. Porta Fidei, 6). Las comunidades cristianas «de hecho tienen necesidad de volver a escuchar la voz del Esposo, que invita a la conversión, que los incita al ardor de cosas nuevas y los llama a empeñarse en la gran obra de la nueva evangelización». (Juan Pablo II, Ex. ap. Postsin. Ecclesia in Europa, 23).
Jesús, el Verbo Encarnado, sigue siendo el centro del anuncio, el punto de referencia para la continuación y para la misma metodología de la misión evangelizadora, porque es el rostro humano de Dios, que quiere encontrar a cada hombre y mujer para hacerlos entrar en comunión con Él, en su amor. Recorrer las calles del mundo para proclamar el evangelio a todos los pueblos de la tierra y guiarlos al encuentro con el Señor (cfr. Cart. ap. Porta Fidei,7), exige entonces que el anunciador tenga una relación personal y cotidiana con Cristo, lo conozca y lo ame profundamente.
En nuestros días la misión necesita renovar la confianza en la acción de Dios y una oración más intensa para que venga su Reino, para que se cumpla su voluntad en el cielo como en la tierra.
Es necesario invocar del Espíritu Santo luz y fuerza, y comprometerse con decisión y generosidad para inaugurar, en cierto sentido, «una nueva época de anuncio del Evangelio... porque, después de dos mil años, una gran parte de la familia humana sigue sin conocer a Cristo, y también porque la situación en que se encuentran la Iglesia y el mundo presenta particulares desafíos a la fe religiosa» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 29). Por lo tanto me alegra poder animar el proyecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y de las Obras Misionales Pontificias que promueven el Año de la Fe. Este proyecto prevé una campaña mundial que, a través de la oración del Santo Rosario, acompañe la tarea de evangelización en el mundo y ayude a muchos bautizados a redescubrir y profundizar la fe.
Queridos amigos, ustedes sabéis bien que el anuncio del Evangelio conlleva, no pocas veces, dificultades y sufrimientos; a menudo el Reino de Dios se difunde en el mundo al precio de la sangre de sus siervos. En esta fase de cambios económicos, culturales y políticos, cuando el ser humano puede sentirse sólo, presa de la angustia y la desesperación, los mensajeros del Evangelio, a pesar de ser anunciadores de esperanza y de paz, siguen siendo perseguidos como lo fue su Maestro y Señor. Pero, no obstante los problemas y la realidad trágica de la persecución, la Iglesia no se desanima: sigue siendo fiel al mandato de su Señor, consciente de que «como siempre en la historia cristiana, los mártires, es decir, los testigos son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio»(Juan Pablo II, Redemptoris missio, 45). Hoy como ayer, el mensaje de Cristo, no puede ajustarse a la lógica de este mundo, porque es profecía y liberación; es semilla de una nueva humanidad que está creciendo, y sólo al final de los tiempos llegará a su plena realización.
A ustedes se os confía de manera particular, la tarea de sostener a los ministros del evangelio, ayudándoles a «conservar la alegría de evangelizar aún cuando sea necesario sembrar entre las lágrimas» (Pablo VI, Exort. ap. Evangeli nuntiandi, 80). Vuestro peculiar empeño comprende también mantener viva la vocación misionera de todos los discípulos de Cristo, de manera que cada uno, según el carisma recibido por el Espíritu Santo, pueda tomar parte en la misión universal que el Resucitado entregó a su Iglesia.
Vuestra obra de animación y formación misionera forma parte del alma del cuidado pastoral, porque la misión 'ad gentes' es el paradigma de toda la acción de la Iglesia Apostólica. Sed, cada más vez, expresión visible y concreta de la comunión de personas y medios entre las Iglesias, que, como vasos comunicantes, viven la misma vocación y tensión misionera, y en cada rincón de la tierra trabajan para sembrar el Verbo de Verdad en todos los pueblos y culturas. Estoy seguro que continuareis a empeñaros para que las iglesias locales asuman, siempre más generosamente, su parte de responsabilidad en la misión universal de la iglesia.
La Virgen Santísima, Reina de las Misiones, os acompañe en este servicio y sostenga vuestras fatigas para promover la conciencia y la colaboración misionera. Con este deseo, que tengo siempre presente en mi oración, os doy las gracias a ustedes y a todos los que cooperan en la causa de la evangelización, y de corazón imparto a cada uno la Bendición Apostólica". (SL) (Agencia Fides 12/05/2012)
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