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9:17
Compartimos "El Video del Papa": Hay temas en los que es obligado tomar partido. Como la trata de personas. No se puede ser neutral. Si no estás en contra, si no haces algo contra ella, estás contribuyendo a que ésta tremenda injusticia siga existiendo.
Abre los ojos a la realidad. Abre tu corazón a las victimas.
“Aunque tratemos de ignorarlo, la esclavitud no es algo de otros tiempos.
Ante esta trágica realidad, no podemos lavarnos las manos si no queremos ser, de alguna manera, cómplices de estos crímenes contra la humanidad.
No podemos ignorar que hoy hay esclavitud en el mundo, tanto o más quizás que antes.
Jornada de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 8 feb 2019 | 9:17
La iglesia católica celebra hoy, memoria litúrgica de “Santa Josefina Bakhita”, la Jornada Mundial de Oración, Reflexión y Acción contra la Trata de Seres Humanos (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA).
Esta lacra, que continúa siendo de cruel actualidad en nuestro mundo, afecta a más de dos millones de personas en todo el mundo. Unas 300.000 de ellas en la Unión Europea y en especial, mujeres y menores.
Este año se ha querido que este día tuviese especial relevancia en toda España. Por ello, nuestro Obispo diocesano ha mandado un mensaje a toda la diócesis para concienciar de este tema en el que señala el interés del santo Padre por terminar con el comercio de seres humanos en sus distintas vertientes.
Con el objetivo de unirse a la oración de toda la Iglesia, las Hermanas Oblatas (@MujerGadesOblat) acogerán esta tarde, viernes, 8 de febrero, a las 20:00 horas, en la Iglesia de San Pablo de Cádiz, una Vigilia de Oración abierta a quienes quieran participar.
Compartimos "El Video del Papa": Hay temas en los que es obligado tomar partido. Como la trata de personas. No se puede ser neutral. Si no estás en contra, si no haces algo contra ella, estás contribuyendo a que ésta tremenda injusticia siga existiendo.
Abre los ojos a la realidad. Abre tu corazón a las victimas.
“Aunque tratemos de ignorarlo, la esclavitud no es algo de otros tiempos.
Ante esta trágica realidad, no podemos lavarnos las manos si no queremos ser, de alguna manera, cómplices de estos crímenes contra la humanidad.
No podemos ignorar que hoy hay esclavitud en el mundo, tanto o más quizás que antes.
Recemos por la acogida generosa de las víctimas de la trata de personas, de la prostitución forzada y de la violencia.”
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MISIONEROS
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Papa Francisco
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13:06
Mensaje del Papa Francisco a los Directores Nacionales de OMP
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 28 may 2018 | 13:06
Mensaje del santo Padre Francisco a los Directores nacionales de Obras Misionales Pontificias.
"Queridos hermanos y hermanas:
"Queridos hermanos y hermanas:
Con este breve mensaje quisiera presentarles una realidad importante para la misión de la Iglesia, pero poco conocida: las Obras Misionales Pontificias.
Desde los primeros tiempos, el apoyo recíproco entre las Iglesias locales comprometidas en anunciar y dar testimonio del Evangelio, ha sido un signo de la Iglesia Universal. En efecto, la misión, animada por el Espíritu del Señor Resucitado amplía los espacios de la fe y la caridad hasta los extremos confines de la tierra.
En el siglo XX, el anuncio de Cristo recibió un nuevo impulso de la fundación de las Obras Misionales, con el fin específico de rezar y actuar concretamente para sostener la evangelización en los nuevos territorios. Estas Obras fueron reconocidas como Pontificias por el Papa Pío XI, que en este modo quería subrayar cómo la misión de la Iglesia hacia todos los pueblos es muy importante para el Sucesor de Pedro.
¡Y todavía es así! Las Obras Misionales Pontificias continúan hoy este importante servicio iniciado hace casi 200 años. Están presentes en 120 países con Directores Nacionales, coordinados por Secretariados Internacionales ante la Santa Sede.
¿Por qué las Obras Misionales Pontificias son importantes? Son importantes ante todo porque debemos rezar por los misioneros y las misioneras, por la acción evangelizadora de la Iglesia. La oración es la primera “obra misionera”, la primera que todo cristiano puede y debe hacer, y es también aquella más eficaz, si bien esto no se pueda medir. De hecho, el principal agente de la evangelización es el Espíritu Santo, y nosotros estamos llamados a colaborar con Él.
Además estas Obras garantizan en nombre del Papa una equitativa distribución de las ayudas, de modo que todas las Iglesias en el mundo tengan un mínimo de asistencia para le evangelización, para los sacramentos, para los propios sacerdotes, los seminarios, para el trabajo pastoral, para los catequistas. Sostén a los misioneros que evangelizan y sostén sobre todo con la oración, para que el Espíritu Santo esté presente. Es Él quien lleva adelante la evangelización. Por ello, los aliento a todos a colaborar en nuestra tarea común de anunciar el Evangelio y de sostener a las jóvenes Iglesias a través del trabajo de estas Obras Misionarias.
De esta manera, en cada pueblo, la Iglesia continúa a abrirse a todos y proclamar con alegría la Buena Noticia de Jesucristo, Salvador del mundo. ¡Gracias a todos de corazón!"
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12:34
"Estamos llamados a cuidar del bien común, a cuidar de nuestros hermanos, especialmente de los más débiles y marginados."
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 4 abr 2018 | 12:34
Francisco: “Los misioneros siguen desafiando la conciencia adormecida de la humanidad”
El Papa Francisco recordaba ayer, antes del rezo del Regina Coeli, que Jesús con su resurrección, “ha derribado el muro de división entre los hombres y ha restaurado la paz, comenzando a tejer la red de una nueva fraternidad”.
De ahí que la Pascua, explicaba el Papa, nos exija no “confinarnos en lo privado, en nuestro grupo, sino que estamos llamados a cuidar del bien común, a cuidar de nuestros hermanos, especialmente de los más débiles y marginados. Solo la fraternidad puede garantizar una paz duradera, puede vencer la pobreza, puede extinguir las tensiones y las guerras, puede extirpar la corrupción y la criminalidad. Que el ángel que nos dice: ‘ha resucitado’, nos ayude a vivir la fraternidad y la novedad del diálogo y de la relación y la preocupación por el bien común”.
En su homilía durante la Vigilia Pascual, señalaba también que “esta es la base y la fuerza que tenemos como cristianos para gastar nuestras vidas y nuestra energía, inteligencia, afectos y voluntad en la búsqueda y especialmente en la generación de caminos de dignidad. No está aquí… ¡Ha resucitado! Es la proclamación que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad”.
A esa “chispa de la esperanza”, hacía referencia el Papa Francisco en el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo. Una chispa que, entre otras cosas, decía, se ve en la labor de los misioneros: “la esperanza porque tantos misioneros y misioneras siguen, todavía hoy, desafiando la conciencia adormecida de la humanidad arriesgando la vida para servirte en los pobres, en los descartados, en los emigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos y en los encarcelados”.
© Obras Misionales Pontificias. Todos los derechos reservados.
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Papa Francisco
10:48
Oración por las Vocaciones y Vocaciones Nativas, 7 de mayo de 2017
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 3 may 2017 | 10:48
PARA LA 54 JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
“Empujados por el Espíritu para la misión”
Queridos hermanos y hermanas:
En los años anteriores, hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre dos aspectos de la vocación cristiana: la invitación a “salir de sí mismo”, para escuchar la voz del Señor, y la importancia de la comunidad eclesial como lugar privilegiado en el que la llamada de Dios nace, se alimenta y se manifiesta.
Ahora, con ocasión de la 54 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera centrarme en la dimensión misionera de la llamada cristiana. Quien se deja atraer por la voz de Dios y se pone en camino para seguir a Jesús, descubre enseguida, dentro de él, un deseo incontenible de llevar la Buena Noticia a los hermanos, a través de la evangelización y el servicio movido por la caridad. Todos los cristianos han sido constituidos misioneros del Evangelio. El discípulo, en efecto, no recibe el don del amor de Dios como un consuelo privado, y no está llamado a anunciarse a sí mismo, ni a velar los intereses de un negocio; simplemente ha sido tocado y trasformado por la alegría de sentirse amado por Dios y no puede guardar esta experiencia solo para sí: “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 21).
Por eso, el compromiso misionero no es algo que se añade a la vida cristiana, como si fuese un adorno, sino que, por el contrario, está en el corazón mismo de la fe: la relación con el Señor implica ser enviado al mundo como profeta de su palabra y testigo de su amor.
Aunque experimentemos en nosotros muchas fragilidades y tal vez podamos sentirnos desanimados, debemos alzar la cabeza a Dios, sin dejarnos aplastar por la sensación de incapacidad o ceder al pesimismo, que nos convierte en espectadores pasivos de una vida cansada y rutinaria. No hay lugar para el temor: es Dios mismo el que viene a purificar nuestros “labios impuros”, haciéndonos idóneos para la misión: “Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame»” (Is 6,7-8).
Todo discípulo misionero siente en su corazón esta voz divina que lo invita a “pasar” en medio de la gente, como Jesús, “curando y haciendo el bien” a todos (cf. Hch 10,38). En efecto, como ya he recordado en otras ocasiones, todo cristiano, en virtud de su bautismo, es un “cristóforo”, es decir, “portador de Cristo” para los hermanos (cf. Catequesis, 30-1-2016). Esto vale especialmente para los que han sido llamados a una vida de especial consagración y también para los sacerdotes, que con generosidad han respondido “aquí estoy, mándame”. Con renovado entusiasmo misionero, están llamados a salir de los recintos sacros del templo, para dejar que la ternura de Dios se desborde en favor de los hombres (cf. Homilía durante la Santa Misa Crismal, 24-3-2016). La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes así: confiados y serenos por haber descubierto el verdadero tesoro, ansiosos de ir a darlo a conocer con alegría a todos (cf. Mt 13,44).
Ciertamente, son muchas las preguntas que se plantean cuando hablamos de la misión cristiana: ¿Qué significa ser misionero del Evangelio? ¿Quién nos da la fuerza y el valor para anunciar? ¿Cuál es la lógica evangélica que inspira la misión? A estos interrogantes podemos responder contemplando tres escenas evangélicas: el comienzo de la misión de Jesús en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-30), el camino que él hace, ya resucitado, junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y por último la parábola de la semilla (cf. Mc 4,26-27).
Jesús es ungido y enviado...
Jesús es ungido por el Espíritu y enviado. Ser discípulo misionero significa participar activamente en la misión de Cristo, que Jesús mismo ha descrito en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18). Esta es también nuestra misión: ser ungidos por el Espíritu e ir hacia los hermanos para anunciar la Palabra, siendo para ellos un instrumento de salvación.
... camina con nosotros...
Jesús camina con nosotros. Ante los interrogantes que brotan del corazón del hombre y ante los retos que plantea la realidad, podemos sentir una sensación de extravío y percibir que nos faltan energías y esperanza. Existe el peligro de que veamos la misión cristiana como una mera utopía irrealizable o, en cualquier caso, como una realidad que supera nuestras fuerzas. Pero si contemplamos a Jesús Resucitado, que camina junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-15), nuestra confianza puede reavivarse; en esta escena evangélica tenemos una auténtica y propia “liturgia del camino”, que precede a la de la Palabra y a la del Pan partido y nos comunica que, en cada uno de nuestros pasos, Jesús está a nuestro lado. Los dos discípulos, golpeados por el escándalo de la Cruz, están volviendo a su casa recorriendo la vía de la derrota: llevan en el corazón una esperanza rota y un sueño que no se ha realizado. En ellos la alegría del Evangelio ha dejado espacio a la tristeza. ¿Qué hace Jesús? No los juzga, camina con ellos y, en vez de levantar un muro, abre una nueva brecha. Lentamente comienza a trasformar su desánimo, hace que arda su corazón y les abre sus ojos, anunciándoles la Palabra y partiendo el Pan. Del mismo modo, el cristiano no lleva adelante él solo la tarea de la misión, sino que experimenta, también en las fatigas y en las incomprensiones, “que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).
... y hace germinar la semilla
Jesús hace germinar la semilla. Por último, es importante aprender del Evangelio el estilo del anuncio. Muchas veces sucede que, también con la mejor intención, se acabe cediendo a un cierto afán de poder, al proselitismo o al fanatismo intolerante. Sin embargo, el Evangelio nos invita a rechazar la idolatría del éxito y del poder, la preocupación excesiva por las estructuras, y una cierta ansia que responde más a un espíritu de conquista que de servicio. La semilla del Reino, aunque pequeña, invisible y tal vez insignificante, crece silenciosamente gracias a la obra incesante de Dios: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (Mc 4,26-27). Esta es nuestra principal confianza: Dios supera nuestras expectativas y nos sorprende con su generosidad, haciendo germinar los frutos de nuestro trabajo más allá de lo que se puede esperar de la eficiencia humana.
Con esta confianza evangélica, nos abrimos a la acción silenciosa del Espíritu, que es el fundamento de la misión. Nunca podrá haber pastoral vocacional, ni misión cristiana, sin la oración asidua y contemplativa. En este sentido, es necesario alimentar la vida cristiana con la escucha de la Palabra de Dios y, sobre todo, cuidar la relación personal con el Señor en la adoración eucarística, “lugar” privilegiado del encuentro con Dios.
Animo con fuerza a vivir esta profunda amistad con el Señor, sobre todo para implorar de Dios nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. El Pueblo de Dios necesita ser guiado por pastores que gasten su vida al servicio del Evangelio. Por eso, pido a las comunidades parroquiales, a las asociaciones y a los numerosos grupos de oración presentes en la Iglesia que, frente a la tentación del desánimo, sigan pidiendo al Señor que mande obreros a su mies y nos dé sacerdotes enamorados del Evangelio, que sepan hacerse prójimos de los hermanos y ser, así, signo vivo del amor misericordioso de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, también hoy podemos volver a encontrar el ardor del anuncio y proponer, sobre todo a los jóvenes, el seguimiento de Cristo. Ante la sensación generalizada de una fe cansada o reducida a meros “deberes que cumplir”, nuestros jóvenes tienen el deseo de descubrir el atractivo, siempre actual, de la figura de Jesús, de dejarse interrogar y provocar por sus palabras y por sus gestos y, finalmente, de soñar, gracias a él, con una vida plenamente humana, dichosa de gastarse amando.
María Santísima, Madre de nuestro Salvador, tuvo la audacia de abrazar este sueño de Dios, poniendo su juventud y su entusiasmo en sus manos. Que su intercesión nos obtenga su misma apertura de corazón, la disponibilidad para decir nuestro “aquí estoy” a la llamada del Señor y la alegría de ponernos en camino, como ella (cf. Lc 1,39), para anunciarlo al mundo entero.
Francisco
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VOCACIONES NATIVAS
8:00
Intención del papa Francisco, Febrero 2017: Acoger a los necesitados
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 6 feb 2017 | 8:00
El papa Francisco para el mes de Febrero, como oración Universal nos pide, "Acoger a los necesitados":
"Vivimos en ciudades que construyen torres, centros comerciales, hacen negocios inmobiliarios... pero abandonan una parte de sí en en los márgenes, en las periferias. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas, se ven marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida, no los abandones.
Pedid conmigo por aquellos que están agobiados, especialmente los pobres, los refugiados y los marginados, para que encuentren acogida y apoyo en nuestras comunidades."
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vídeo misionero
12:56
, podemos ir saboreando el mensaje del papa Francisco para la ocasión:
Queridos hermanos y hermanas:
Vaticano, 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés
Tiempo de ocio, tiempo de #VeranoMisión
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 7 jul 2016 | 12:56
Llega el verano, también a misiones, pero un #VeranoMisión.
Tras las jornadas formativas, hoy acaba la 69 Semana de Misionologia de Burgos, parece que empieza el descanso merecido, pero aún hay muchos que se entregarán a los mas empobrecidos en su tiempo de ocio.
Irán pensando en todo lo que van a dar y recibirán mucho mas a cambio. Vaciarán sus maletas y llenarán sus corazones.
Hemos ido compartiendo diversos enlaces y propuestas para tal fin. Y sabemos que un buen grupo de jóvenes se implicarán, junto a religiosos y religiosas, a darse en la misión.
Tampoco en el Secretariado se para, ya que el material del DOMUND 2016, bajo el lema "SAL DE TU TIERRA", está a punto de llegar y requiere manos para su preparación.
Para ir abriéndonos a la celebración de la propagación de la fe
, podemos ir saboreando el mensaje del papa Francisco para la ocasión:
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2016
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2016
Iglesia misionera, testigo de misericordia
Queridos hermanos y hermanas:
El Jubileo extraordinario de la Misericordia, que la Iglesia está
celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las
Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una
grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En
efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos
invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus
propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar
el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia
humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los
que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y
experimenten el amor del Señor. Ella «tiene la misión de anunciar la
misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio» (Bula Misericordiae vultus, 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño.
La misericordia hace que el corazón del Padre sienta una profunda
alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde el
principio, él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su
grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad
de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31; Sal
86,15; 103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a
quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los
pobres; se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que
lo haría un padre y una madre con sus hijos (cf. Jr 31,20). El
término usado por la Biblia para referirse a la misericordia remite al
seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que
siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque
son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto esencial del amor
que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los miembros del
pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus entrañas,
se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e infidelidad
(cf. Os 11,8). Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144.8-9).
La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra
en el Verbo encarnado. Él revela el rostro del Padre rico en
misericordia, «no sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y
parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y
personifica» (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia,
2). Con la acción del Espíritu Santo, aceptando y siguiendo a Jesús por
medio del Evangelio y de los sacramentos, podemos llegar a ser
misericordiosos como nuestro Padre celestial, aprendiendo a amar como él
nos ama y haciendo que nuestra vida sea una ofrenda gratuita, un signo
de su bondad (cf. Bula Misericordiae vultus,
3). La Iglesia es, en medio de la humanidad, la primera comunidad que
vive de la misericordia de Cristo: siempre se siente mirada y elegida
por él con amor misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo
de su mandato, vive de él y lo da a conocer a la gente en un diálogo
respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas.
Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de
este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial.
La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero,
junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios.
Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas
familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el
anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor
evangelizadora y sacramental de los misioneros, las mujeres y las
familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben
afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de
la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y
empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la
armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la
colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones
personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo
especial en la atención a los pobres.
En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad
educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo,
como el viñador misericordioso del Evangelio (cf. Lc 13.7-9; Jn
15,1), con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta
formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el
Evangelio a los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida
«madre», también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero,
pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la
misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen
al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y
no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los
evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de Jesús,
cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide,
sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor;
anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y
su amor.
Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje
de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario
todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis
humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por
experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer
alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio:
«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está agotado, es
más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a
sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado
también en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium:
«Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el
Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir
de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio» (20).
En este Año jubilar se cumple precisamente el 90 aniversario de la
Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la
Propagación de la Fe y aprobada por el Papa Pío XI en 1926. Por lo
tanto, considero oportuno volver a recordar la sabias indicaciones de
mis predecesores, los cuales establecieron que fueran destinadas a esta
Obra todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades
religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo
pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y
para fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la
tierra. No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión
eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones
particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos para que
abarque a toda la humanidad.
Que Santa María, icono sublime de la humanidad redimida, modelo
misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y familias, a
generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor
Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones
entre las personas, las culturas y los pueblos.
Vaticano, 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés
Francisco
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verano misionero
8:00
Queridos hermanos y hermanas:
Vaticano, 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés
Papa Francisco
"Auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas..." IGLESIA MISIONERA, TESTIGO DE MISERICORDIA
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 23 may 2016 | 8:00
testigo de misericordia"
MENSAJE para la
JORNADA MUNDIAL
de las MISIONES 2016
Queridos hermanos y hermanas:
El Jubileo extraordinario de la Misericordia, que la Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella «tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio» (Bula Misericordiae vultus, 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño.
La misericordia hace que el corazón del Padre sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde el principio, él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31; Sal 86,15; 103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres; se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos (cf. Jr 31,20). El término usado por la Biblia para referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e infidelidad (cf. Os 11,8). Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144.8-9).
La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado. Él revela el rostro del Padre rico en misericordia, «no sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica» (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 2). Con la acción del Espíritu Santo, aceptando y siguiendo a Jesús por medio del Evangelio y de los sacramentos, podemos llegar a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial, aprendiendo a amar como él nos ama y haciendo que nuestra vida sea una ofrenda gratuita, un signo de su bondad (cf. Bula Misericordiae vultus, 3). La Iglesia es, en medio de la humanidad, la primera comunidad que vive de la misericordia de Cristo: siempre se siente mirada y elegida por él con amor misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo de su mandato, vive de él y lo da a conocer a la gente en un diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas.
Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los pobres.
En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso del Evangelio (cf. Lc 13.7-9; Jn 15,1), con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida «madre», también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor.
Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20).
En este Año jubilar se cumple precisamente el 90 aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el Papa Pío XI en 1926. Por lo tanto, considero oportuno volver a recordar la sabias indicaciones de mis predecesores, los cuales establecieron que fueran destinadas a esta Obra todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra. No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos para que abarque a toda la humanidad.
Que Santa María, icono sublime de la humanidad redimida, modelo misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y familias, a generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos.
Vaticano, 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés
Papa Francisco
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Pbo. Andrés Drouet
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10:44
Intención misionera del Papa Francisco para el mes de diciembre 2015
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 2 dic 2015 | 10:44
OMPRESS-ROMA (1-12-15) "Para que las familias, de modo particular las que sufren, encuentren en el nacimiento de Jesús un signo de segura esperanza", es la intención misionera o para la evangelización que propone el Santo Padre para este mes de diciembre.
El Papa Francisco, durante su reciente viaje a África, recordaba la importancia de la familia, en la misa en el Campus de la Universidad de Nairobi: “«Yo los he elegido y les prometo darles mi bendición»… La profecía de Isaías nos invita a mirar a nuestras propias familias, y a darnos cuenta de su importancia en el plan de Dios. La sociedad keniata ha sido abundantemente bendecida con una sólida vida familiar, con un profundo respeto por la sabiduría de los ancianos y con un gran amor por los niños. La salud de cualquier sociedad depende de la salud de sus familias. Por su bien, y por el bien de la sociedad, nuestra fe en la Palabra de Dios nos llama a sostener a las familias en su misión en la sociedad, a recibir a los niños como una bendición para nuestro mundo, y a defender la dignidad de cada hombre y mujer, porque todos somos hermanos y hermanas en la única familia humana”.
Añadía: “En obediencia a la Palabra de Dios, también estamos llamados a oponernos a las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres, y ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. Estamos llamados a respetarnos y apoyarnos mutuamente, y a estar cerca de todos los que pasan necesidad. Las familias cristianas tienen esta misión especial: irradiar el amor de Dios y difundir las aguas vivificantes de su Espíritu. Esto tiene hoy una importancia especial, cuando vemos el avance de nuevos desiertos creados por la cultura del materialismo y de la indiferencia hacia los demás”.
Y en el barrio pobre de Kangemi, en la República Centroafricana invitaba a todos los fieles a orar por las familias y a comprometerse: “Recemos, trabajemos y comprometámonos juntos para que toda familia tenga un techo digno, tenga acceso al agua potable, tenga un baño, tenga energía segura para iluminarse, cocinar, para que puedan mejorar sus viviendas... para que todo barrio tenga caminos, plazas, escuelas, hospitales, espacios deportivos, recreativos y artísticos; para que los servicios básicos lleguen a cada uno de ustedes; para que se escuchen sus reclamos y su clamor de oportunidades; para que todos puedan gozar de la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana”.
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8:41
Intención misionera del papa Francisco (noviembre, 2015)
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 2 nov 2015 | 8:41
OMPRESS-ROMA (30-10-15) Para que los pastores de la Iglesia, con profundo amor por su rebaño, acompañen su camino y animen su esperanza, es la intención misionera o por la evangelización que propone el Papa Francisco para el mes de noviembre.
El Papa Francisco, en su reciente viaje apostólico a Cuba y Estados Unidos, se reunía con los obispos de este último país en la Catedral de San Mateo, en Washington. Allí hablaba de la misión que tienen todos los obispos, incluido él mismo, como pastores:
“Somos obispos de la Iglesia, pastores constituidos por Dios para apacentar su grey. Nuestra mayor alegría es ser pastores, y nada más que pastores, con un corazón indiviso y una entrega personal irreversible. Es preciso custodiar esta alegría sin dejar que nos la roben. El maligno ruge como un león tratando de devorarla, arruinando todo lo que estamos llamados a ser, no por nosotros mismos, sino por el don y al servicio del «Pastor y guardián de nuestras almas».
La esencia de nuestra identidad se ha de buscar en la oración asidua, en la predicación y el apacentar.
No una oración cualquiera, sino la unión familiar con Cristo, donde poder encontrar cotidianamente su mirada y escuchar la pregunta que nos dirige a todos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y poderle responder serenamente: «Señor, aquí está tu madre, aquí están tus hermanos. Te los encomiendo, son aquellos que tú me has confiado». La vida del pastor se alimenta de esa intimidad con Cristo.
No una predicación de doctrinas complejas, sino el anuncio gozoso de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Que el estilo de nuestra misión suscite en cuantos nos escuchan la experiencia del «por nosotros» de este anuncio: que la Palabra dé sentido y plenitud a cada fragmento de su vida, que los sacramentos los alimenten con ese sustento que no se pueden proporcionar a sí mismos, que la cercanía del Pastor despierte en ellos la nostalgia del abrazo del Padre. Estén atentos a que la grey encuentre siempre en el corazón del Pastor esa reserva de eternidad que ansiosamente se busca en vano en las cosas del mundo. Que escuchen siempre de ustedes una palabra de aprecio por su capacidad de hacer y construir, en la libertad y la justicia, la prosperidad de la que esta tierra es pródiga. Pero que no falte el coraje sereno de proclamar que es necesario buscar no «el alimento que perece, sino el que perdura para la vida eterna»”.
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Papa Francisco
8:38
2. El quincuagésimo aniversario del decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quien, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de Él y recompensa los muchos esfuerzos y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con las muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción, como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.
Misioneros de la Misericordia: Papa Francisco DOMUND 2015
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 18 oct 2015 | 8:38
Queridos
hermanos y hermanas:
La
Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del Año de la Vida Consagrada, y recibe de
ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado
está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido
como un don, esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque
entre la vida consagrada y la misión
subsiste un fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la
aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la
cruz e ir tras Él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y
de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de
Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más
de cerca asumen plenamente este mismo carácter.
1.
La dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la Iglesia, es
también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y no puede ser descuidada
sin que deje un vacío que desfigure el carisma. La misión no es proselitismo o
mera estrategia; la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo
imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven”
y “ve”. Quien sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y sabe
que Jesús “camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo
con él en medio de la tarea misionera” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).
La
misión es una pasión por Jesús, pero,
al mismo tiempo, es una pasión por su
pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su
amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que
ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de
Dios y a la humanidad entera. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como
instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. ibíd., 268)
y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús
“id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión
evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el
Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma especial se pide a los
consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes
periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía
el Evangelio.
2. El quincuagésimo aniversario del decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quien, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de Él y recompensa los muchos esfuerzos y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con las muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción, como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.
3.
Hoy, la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los
pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las
respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y
sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse
ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la
acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza
transformadora de las mismas. Dentro
de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio
evangélico?”. La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio:
los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados
y olvidados, aquellos que no tienen cómo pagarte (cf. Lc 14,13-14). La
evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús
ha venido a traer: “Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres.
Nunca los dejemos solos” (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 48). Esto debe estar claro especialmente para las personas que
abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a
Cristo en esta preferencia suya, no ideológicamente, sino como él,
identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la
vida cotidiana y en la renuncia de todo poder, para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles
el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.
4.
Para vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre los
pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas a promover, en
el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: “Los
laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su
misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos” (Ad gentes, 41). Es necesario que los misioneros
consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están
dispuestos a colaborar con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una
experiencia sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la
vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las estructuras de las
misiones son lugares naturales para su acogida y su apoyo humano, espiritual y
apostólico.
5.
Las Instituciones y Obras misioneras
de la Iglesia están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio
de Jesús. Para lograr eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y
el compromiso misionero de los consagrados, pero también, los consagrados,
necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo
de Roma para asegurar la koinonía, de
forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio
misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos, como condición para que
el mundo crea (cf. Jn 17,21). Esta convergencia no equivale a una sumisión
jurídico-organizativa a organizaciones institucionales, o a una mortificación
de la fantasía del Espíritu que suscita la diversidad, sino que significa dar
más eficacia al mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito
que es también fruto del Espíritu.
La
Obra misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico universal. Por ello también necesita de los
múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar el vasto horizonte de la
evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las fronteras
y territorios alcanzados.
6. Queridos
hermanos y hermanas, la pasión del
misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: “¡Ay de mí si no
anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación
y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don;
por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos “lo que existía desde
el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos”
(1 Jn 1,1). La misión de los servidores de la Palabra —obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos— es la de poner a todos, sin excepción, en una relación
personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia,
todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su
situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden
ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de
oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor.
Mientras
encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos aquellos
que, ad gentes o en su propio
territorio, en todos los estados de vida cooperan al anuncio del Evangelio, os
envío de todo corazón mi bendición apostólica.
Francisco
Vaticano, 24 de mayo de 2015,
Solemnidad de Pentecostés
Mensaje del Director diocesano de Misiones, Juan Piña Batista.
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13:00
Intención misionera del Papa para el mes de octubre 2015
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 1 oct 2015 | 13:00
OMPRESS-ROMA (1-10-15) “Para que con espíritu misionero, las comunidades cristianas del continente asiático anuncien el Evangelio a todos aquellos que aún lo esperan”, es la intención misionera o por la evangelización que propone para el mes de octubre, el mes misionero, el Papa Francisco.
Anunciar el Evangelio en Asia es lo que pedía el Papa al pueblo filipino en su visita del pasado enero. En la misa en el Rizal Park les decía que tenían que ser “misioneros de Asia”: “El Apóstol nos dice que gracias a la elección de Dios hemos sido abundantemente bendecidos. Dios «nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos» (Ef 1, 3). Estas palabras tienen una resonancia especial en Filipinas, ya que es el principal país católico de Asia; esto ya es un don especial de Dios, una especial bendición. Pero es también una vocación. Los filipinos están llamados a ser grandes misioneros de la fe en Asia”.
“Dios nos ha escogido y bendecido con un propósito”, añadía el Papa siguiendo con su comentario a la carta a los Efesios”, «para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia» (Ef 1,4). Nos eligió a cada uno de nosotros para ser testigos de su verdad y su justicia en este mundo. Creó el mundo como un hermoso jardín y nos pidió que cuidáramos de él. Pero, con el pecado, el hombre desfiguró aquella belleza natural; destruyó también la unidad y la belleza de nuestra familia humana, dando lugar a estructuras sociales que perpetúan la pobreza, la falta de educación y la corrupción”.
Y concluía: “Que conceda a todo el amado pueblo de este país que trabaje unido, protegiéndose unos a otros, comenzando por vuestras familias y comunidades, para construir un mundo de justicia, integridad y paz. Que el Santo Niño siga bendiciendo a Filipinas y sostenga a los cristianos de esta gran nación en su vocación a ser testigos y misioneros de la alegría del Evangelio, en Asia y en el mundo entero”.
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11:23
santa Teresa de Lisieux y su caminito de Amor también en la Laudato si'
Written By MISIONES DIOCESANA de CÁDIZ y CEUTA on 19 jun 2015 | 11:23
El Papa Francisco acaba de publicar la esperada encíclica Laudato si' que trata -dice literalmente- "sobre el cuidado de la casa común". Cuidar de la casa común, es en sí lo esencial de la labor misionera de la Iglesia que ha hermanado pueblos a lo largo de toda la historia, contribuyendo a hacer del mundo la casa común de los hijos de Dios.
El Papa dice que "en esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común" (ibíd.). Ya solo en la intencionalidad se ve que se trata de la prolongación -en cierto modo- del propósito y el objetivo de la anterior encíclica. Si la Evangelium gaudium se dirigía a la Iglesia para que saliera de sí llevando el evangelio hacia las periferias, en esta nueva encíclica Laudato si' el Papa da un paso en este sentido de diálogo con el mundo y además acerca del mundo mismo en el que vivimos. El Papa Francisco dirige su atención no a temas más o menos importantes pero periféricos, sino al núcleo mismo de la cuestión humana: el significado de la existencia del hombre en el mundo.
Sin ser un documento misionero, ni estrictamente sobre la actividad misionera de la Iglesia, no deja de tener una gran importancia en este ámbito. Hay que recordar que para el Papa "la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia" (EG 15). El papa Francisco lo muestra al vivo a toda la Iglesia en esta encíclica en el fondo y en la forma. En el fondo por el tema que trata, en la forma por el modo en que hace la exposición. El Papa elige como tema de diálogo un tema que efectivamente es crucial en cada momento de la historia del hombre, como es el modo de vida que debe desarrollar en las condiciones económicas, científicas, técnicas, culturales, etc. en que se desenvuelve. Un tema de la mayor importancia sobre todo en estos tiempos deglobalización. Es el capítulo primero de la encíclica "Lo que le está pasando a nuestra casa", donde hace un repaso a los problemas que nos conciernen a todos.
El papa Francisco aborda el segundo capítulo resumiendo "El Evangelio de la creación". Comienza con la pregunta: "¿Por qué incluir en este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo referido a convicciones creyentes?" (n. 62) y la razón es que "la ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas" (ibíd.). Con ello el Papa muestra y pone en práctica una manera de evangelizar en el mundo de hoy, como ya había apuntado en la Evangelium gaudium (nn. 242 y 243): El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias. No tiene ningún reparo en mantener firmemente que "la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el pensamiento filosófico" (n. 63) y afirmar con la misma fuerza y claridad "cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles" (n. 64). Este diálogo fecundo arroja luz para que el Papa en el capítulo tercero detecte la "Raíz humana de la crisis ecológica" y pueda en el cuarto abordar "Una ecología integral" y en el quinto "Algunas líneas de orientación y acción". Muy interesante para el diálogo evangelizador con el mundo es el último capítulo que lleva por título "Educación y espiritualidad ecológica", porque expone las bases para una "humanidad que necesita cambiar" (n. 202) y que el Papa precisa: "Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida" para hacer frente al desafío de la época actual.
En todo lo expuesto en la encíclica se ve cómo late un aliento misionero auténtico y profundo,muy propio del papa Francisco y de su empeño por hacer de la Iglesia una "Iglesia en salida". Hay que poner en evidencia que ya el mismo propósito de la encíclica, cuidar de la casa común, es en sí lo esencial de la labor misionera de la Iglesia. Más allá de la gran labor de promoción humana, cultural, social, económica, técnica, etc. que han desempeñado y desempeñan los misioneros y misioneras en todo el mundo, hay que recordar que el misionero es "el hermano universal", como lo definió san Juan Pablo II en la encíclica misionera Redemptoris missio en el número 89. La actividad misionera de la Iglesia es el testimonio permanente de que el mundo es obra de un Dios Padre de todos que cuida de todos sus hijos e hijas y que encomienda esa misión a la Iglesia. Misioneros y misioneras hacen visibles los vínculos de fraternidad universal que nos unen con todos los hombres y pueblos, más allá de las fronteras de todo tipo, sean geográficas, sociales o culturales como también políticas o religiosas. La labor misionera de la Iglesia ha hermanado pueblos a lo largo de toda la historia, contribuyendo a hacer del mundo la casa común de los hijos de Dios.
La encíclica Laudato si' es una magnífica aportación que el papa Francisco hace al diálogo de la Iglesia con el mundo. Lo hace -como es su estilo- con el ejemplo de su vida y de su palabra. Con la nueva encíclica el Papa sigue aportando luz a la Iglesia en su camino de conversión pastoral para su renovación y transformación misionera. Es una profunda reflexión, que está llena también de sugerencias para la práctica y la acción personal, social y eclesial, que llevará a nuevos estilos de vida más acordes con la verdad que el mundo que Dios ha creado y nos ha confiado es la casa común de todos. "Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante" (n. 245), es decir, para hacer nuestra vida cristiana personal y eclesial más misionera.
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